miércoles, 14 de noviembre de 2007

El más allá

Hace una semana presentamos a Isabel en el registro civil.

Como saben nuestros amigos más cercanos, Roxana y yo no militamos en las filas de ninguna iglesia organizada. Así que el acto del miércoles pasado fue una especie de "bautizo civil".

Nos acompañaron los padrinos, Vanessa y Ángel. Fue un trámite sencillo, inusualmente rápido para los estándares nacionales. Roxana y Vanessa esperaban nuestro turno dentro del local, una bonita casa del pueblo de Baruta. Mientras tanto Ángel, Isabel y yo esperábamos afuera.

Es que Isabel estaba incomoda e incomodaba a todos adentro con su llanto. Yo la consolaba y Ángel nos tiraba unas fotos, entonces sucedió.

Un joven, vestido con el uniforme del Ejercito, me hacía una seña. Su rostro mostraba cierta preocupación que me intrigó. Al principio pensé que no se dirigía a mí. Así que volteé a ver detrás.

No había nadie. Cuando regresé la mirada él insistía con la seña. Quería que me acercara.

Para mis lectores extranjeros, no sé si entienden bien lo que puede se puede sentir cuando un militar quiere hablarnos en un país latinoamericano. Puede ser un problema, un problema gordo.

Mientras ocultaba un poco mi nerviosismo, me acerqué al señor. Inmediatamente me preguntó si yo tenía algo que ver con el lugar donde estábamos. Quería saber si yo trabajaba allí.

A mi respuesta negativa me pidió que nos alejáramos un poco de la escalera de la entrada. Que nos alejáramos un poco de la gente que entraba y salía. Me preguntó que edad tenía Isabel.

La intriga era máxima. Ángel no desprendía la vista de nosotros, pero no podía escucharnos.

El soldado me explicó que la inquietud de Isabel podía deberse a la presencia de algo sobrenatural. Algo que sólo los recién nacidos pueden percibir. Algo que la incomodaba.

También me dio la solución, orar. En los momentos en que Isabel sufriera de esos lloros lo mejor era orar. Así se calmaría.

Me explicó que su esposa y él siempre lo hacían con su hija. Y les iba muy bien.

Me quedé muy agradablemente impresionado al recibir un mensaje como este de alguien de uniforme. Yo también tengo mis prejuicios. Le agradecí sus palabras y nos despedimos.



Le comenté a Ángel y bromeamos un rato sobre el asunto. Cada vez que Isabel lloraba nos preguntábamos qué estaría viendo. Luego vi las fotos que nos tiraba Ángel. Me parece que si había algo más allá y que sólo Isabel y la cámara podían ver, ¿verdad?

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