viernes, 11 de abril de 2008

El ciclo de la arena y el reguetón

Durante un viaje a la playa, mis reflexiones me llevaron a preocuparme por el futuro de la arena en ella.

El mar, con sus olas, mueve y remueve la arena de las orillas. Cuando niño pensaba que el agua traía y se llevaba la arena en una forma tal que acababa dejándola en el mismo sitio. Es decir, rodando los cantos y nada más. Luego supe que esto no siempre es cierto. De hecho, hay lugares donde el mar quita arena y otros donde la deposita.

Sin embargo, había seguido tranquilo en aquel entonces. Si antes tenía que ver una playa promediada en el tiempo, en el nuevo modelo bastaba con pensar en el promedio de todas las playas en el tiempo. Unas ganaban, otras perdían.

En esta nueva reflexión, en este nuevo viaje, el asunto del balance de arena entre playas ya me pareció alarmante. La arena de la playa nos provee de eso, de la playa. Pero más aún, la playa es la frontera entre nuestra sólida tierra y el blando mar. Poco le importarán los promedios a aquel que ve la costa acercándose a su casa.

Imaginaba un mar depredador furioso comiéndose todo un continente. Imaginaba un mar arbitrario devorando un país. Lo imaginaba fabricando salidas al mar para Bolivia, Paraguay o Suiza. Dadas las circunstancias más que fabricando salidas, lo veía fabricando entradas.

Imaginaba a líderes populistas latinoamericanos acusando al mar de ser agente de los grandes imperios del poder político y económico, siguiendo órdenes al atentar contra la integridad territorial de los débiles para beneficiar a los fuertes.

Reflexionaba dentro de mi invención. El único imperio al que obedecería el mar, sería al marino. Y cualquier beneficio terrestre a costa de él sería fútil y pasajero. Algún día el mar podría dejar de respetar el promedio y devorarnos a todos, con las pujantes China e India incluidas. Tal vez eso ya estaba ocurriendo en aquel momento.

Entonces vi algo en aquella playa. Me sentí seguro y confiado. Había varios grupos de personas al lado de sus vehículos todo terreno, escuchando reguetón a todo volumen y, lo más importante, tomando cerveza en la orilla. Las botellas vacías se acumulaban por doquier y, por supuesto, muchas de ellas acababan rotas.

¡La arena de la playa es renovada por las botellas de vidrio rotas!

En aquel momento podría parecer exagerado, pero recordé otra visita a una playa donde había tantos vidrios rotos en la orilla que parecía toda hecha de ellos, que no tenía piedras. El paisaje era increíble, decorado con los tonos azules de las recientes botellas de cerveza ligera, añadidos a los tradicionales ámbar de la cerveza normal y verdes del 7up.

Entendí entonces que el indómito mar y los grupos de reguetoneros forman una pareja antagónica, que interactúa hasta lograr el equilibrio que hace posible la vida terrestre.

Desde la perspectiva de la humanidad hay algo más. Los reguetoneros son la primera línea de defensa de la integridad territorial en la línea costera. Una integridad territorial que no sólo debe entenderse como un concepto político, relativo a un país o región. Ellos son héroes de la humanidad enfrentada a la posibilidad de destrucción masiva que tiene del mar.

Los reguetoneros de playa están en un determinado país por accidente. En cualquier lugar que se encuentren defenderán su causa. Siempre en la medida que se les permita pisotear las tontas leyes ambientales y el egoísta derecho al descanso de los demás. Desde esta óptica renovada es menester agregar que estas leyes y ese derecho al descanso deben quedar automáticamente derogados.

No se puede decir que los reguetoneros de playa sean héroes silenciosos o callados. Sin embargo, ahora estoy seguro que el reguetón a todo volumen y los vehículos rústicos estacionados en la orilla de la playa son otras conductas que persiguen fines altruistas, con beneficios para toda la humanidad. Sólo debo averiguar cuáles son.